Escribir nunca es fácil, para mí es sentirme "bien", sentirme de algún modo con esa sensación de tener algo que decir, algo que siento que debo poner en palabras. Tal vez sea este sábado que empecé con libros y con Vetusta, con recuerdos, con más de 100 días en casa, de una vida diferente, en la que tengo esas terribles saudades madrileñas, pero que hoy son saudades por todos esos lugares maravillosos del mundo. Cada uno con sus cosas perfectas y con sus difíciles o tristes, pero cada uno con cosas diferentes, impresionantes, nuevas o con recuerdos.
Tengo días pensando si los recuerdos por plasmar son Londres y Oporto o Marruecos o simplemente las calles de Madrid. Lo más faćil es empezar por el final, por São Paulo o por los recuerdos de lo que no pasará pronto, Oaxaca. Pareciera que agosto y Oaxaca están destinados a no ser.
Estoy oyendo a Vetusta: "ya es hora de replegar las alas rumbo a casa" y pensaba en ello cuando le decía a Adela que me recordaba cuando acá escribí esa serie de despedida madrileña hace ya "todos esos años", pero al final Madrid nunca te deja por completo.
Los viajes, cada uno, nunca se van, nunca se olvidan los paisajes, los olores, los sonidos, aunque a veces nos los recordemos.
Dice Kapuscinski en "Los viajes con Herodoto":
“…el viaje no empieza cuando nos ponemos en ruta ni acaba cuando alcanzamos el destino. En realidad empieza mucho antes y prácticamente no se acaba nunca porque la cinta de la memoria no deja de girar en nuestro interior por más tiempo que lleve nuestro cuerpo sin moverse de sitio. A fin de cuentas, lo que podríamos llamar «contagio de viaje» existe, y es, en el fondo, una enfermedad incurable.”
Así que consideraré que sigo viajando, que seguimos conociendo a través de los recuerdos, de las cosas que se aprenden buscando la dirección de aquel café o el nombre de la música que escuchaba en la orilla del Duero, del recorrido de museo que me dieron en portugués solo a mí, porque no había nadie más en ese día y a esa hora, en la fila de dos horas para probar "las mejores gyozas de Tokio" o los viajes en 2011 en los que sin la libretita de indicaciones no hubiéramos llegado a ningún lado porque vivíamos sin smartphone, a aquellos meseros de un bar de Córdoba que me buscaron la dirección del hostal y casi nos llevaron a la puerta, la noche en el aeropuerto de Roma con mucho frío y un esguince, la tormenta de nieve en una carretera parisina y caer al dar el primer paso en Marruecos, ese rincón de mar en Lisboa y la Torre de Belém, mi querida torre, estar frente a la Moneda y caminar lentamente encontrando a Allende en las calles, el mercado en Oaxaca, sus pueblos y "la plaza más viva de este país", siempre con sus globos y los buñuelos que entran por las ventanas, los viñedos infinitos de la Rioja y los rezos de noche en Marruecos, la historia del mundo en Berlín, la tristeza infinita en Hiroshima y la grullas de esperanza, las noches frías y la migraña por altura en Bogotá, el aeropuerto sauna de Panamá, la neblina de Xalapa y la lluvia de Cuetzalan, las hojas de otoño en las calles de Madrid, las noches de mercado de Navidad en Estrasburgo, Abbey Road acercándose a la Tardis en Londres, las papas fritas con mayonesa de Bruselas, los canales de Ámsterdam y los trenes de La Haya, las esculturas en Copenague, las cenas de Navidad en Florencia, los bares de Sao Paulo y la Real Biblioteca de Río, los miles de pasos la primera vez en Nueva York y los lugares reconocidos a la vuelta, el agua helada en los pies de ese paso por Salem, los recuerdos de esas semanas en Boston, las idas y venidas al sur con papadzules incluidos, Valparaíso con sus grafitis y su luna llena, Washington y Sevilla con sus guías de turistas y Granada con la nieve en las montañas, el mar en Edimburgo, las sopas de Glasglow y la Catedral que guarda siglos y siglos en sus paredes, Los Ángeles y el curry verde, San Francisco y sus contrastes, la exposición en su museo que engañaba la vista, los encuentros con el pasado en Izarra, Ensenada y sus sonidos de olas contra las piedras, San Diego la perfección que puede ser un error y el beisbol cerca del mar, Dublín y "la chica del tren" en un bar de hostal, Puebla con su biblioteca, Monterrey con la distopia en un museo, Querétaro y el amor a distancia, Atenas y los filósofos que susurran en el Partenón, Lima y el puente de Chabuca, el castillo de Trujillo escondido entre las nubes, la pirámide del adivino, Van Gogh por los museos, las surrealistas en el Reina Sofía, Busapest y el violín junto al Danubio, Toronto y volver de noche sola, segura, Malinalco y los viajes del pasado y la gente que llega para quedarse, San Cristóbal siempre desde antes de llegar y Palenque con sus pirámides aún bajo la tierra, el calor insoportable del aeropuerto de Miami, la noche helada en el río de Providence, la pizza en Chicago, el cliché hecho amor, Los Cabos y el amor en la orilla del mar, Villahermosa y su pejelagarto doble, Michoacán, el coche prestado, el coche descompuesto, el aventón de un pueblo a otro, Milán y los martinis, Boloña un paso sorprendente, San Sebastián siempre, siempre por volver, Aveiro con las dunas y sus casas de colores, Braga y los mil escalones, Santander y Fuente Dé, Valencia los roadtrips y la ciudad de las artes, Nikko el lugar en donde el viento aún se escucha en los árboles, el viento de Totoro, el viento que dice que todo estará bien, que solo son cambios, que vendrán más recuerdos, que viviremos nuevos cada día, que seguiré viviendo los que aún no suceden mientras los imagino, mientras los espero.
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